1.28.2006

LA INAUGURACION

Unas semanas después de las gestiones de la Gumersinda en el Club Social y Deportivo ya estaba todo dispuesto para el viaje a Buenos Aires. Era el último trámite en la Comisión Nacional De Bibliotecas Populares. Firmar los papeles que permitirían el envío de los libros era algo que la excitaba; en realidad ese era su estado natural y permanente y el profesor de Geografía se había convertido en ese tiempo en el único depositario de toda su energía. Pasaban muchas horas juntos organizando la biblioteca y amenizando con cálidas relaciones, estrechaban cada vez más su amistad y de vez en cuando también sus cuerpos.
La estadía en la Capital les demandó sólo unas pocas horas. Demás está decir que si el viaje a Rosario la había fascinado, este la conmovió totalmente; le sacó la modorra que se instala en los pueblerinos y que permite verlos sentados en las puertas de sus casas, con las miradas perdidas u otras veces curiosos ante la llegada de algún foráneo que salió a pasear en domingo buscando algo diferente de lo que ve habitualmente en su ciudad. Así, despierta, llegó a su Piñeiro natal , con la alegría de comenzar una etapa nueva, ajena a su realidad pero buscada, deseada.
La transformación de la Gumersinda era evidente, pero había cosas que no cambiaban. Durante los preparativos de la inauguración de la biblioteca, algunos de los artesanos que participaron en el armado de las instalaciones, recibieron como paga extra los favores de la contratista. Ella no sabía que su fama aumentaba y trascendía los límites del pueblo, ya que se comentaba en el bar de Anselmo, que un funcionario de la comuna de una población cercana, vendría pronto a requerir el “asesoramiento” de la Gumersinda para armar una biblioteca en el centro cultural y de paso conocer personalmente a esa mujer tórrida y enajenada de la que tanto se hablaba.
El día esperado se despliega soleado y tranquilo. Narciso, el presidente del club, aplasta con sus pasos la alfombra de su oficina, ensayando una y otra vez el discurso de apertura de la ceremonia. La Gumersinda acicala a sus hijos, quienes junto a Fermín se habían acostumbrado a vivir a la sombra de ese sol grandote que habitaba en la casa. Elbio, nervioso, revisa que cada libro esté en su lugar, que el equipo de sonido no falle y que su querida alumna no provoque ningún inconveniente.
Rosalía, la amiga incondicional, acomoda las sillas para los invitados. A las cinco de la tarde después de palabras emotivas, lágrimas contenidas y otras saliendo sin vergüenza, aplausos y risas, la Gumersinda cumple su sueño. La biblioteca comienza a funcionar.

Este blog me está generando adicción, junto a la internet. Me recuerda lo que siento cuando estoy leyendo un buen libro: Transcurro el día pensando en el momento de retomar su lectura. Ya publico otro poco más de mi gumersinda.

PENSANDO EN VOLVER

Amaneció, y con desenfado, el sol iluminó el rocío. Pájaros y planeadores competían en vuelos plácidos. Los cantos de los gallos lastimaban el aire y los ojos de los primeros habitantes despiertos se proyectaban en un horizonte infinitamente verde. Desde la ventana podía ver el montecito que tantos amores escondió, también disfrutaba una diminuta nube blanca, avergonzada por los atrevidos rojos del alba
Ella sabía que cuando hay que elegir, se gana y se pierde, entonces por ahora no estaba dispuesta a hacer sacrificios. Sorbió con fuerza el último mate y partió con entusiasmo hacia el Club Social y Deportivo. Una gran idea acababa de inundarla y como era mujer de acción corrió a ejecutarla.
El presidente del club se acomodó los anteojos y ocupó su sillón dispuesto a comenzar la jornada, con todo el tiempo su servicio, ya que la prisa no era su costumbre ni la de ninguno de los que vivían en ese lugar. Una brisa fuerte penetró por la puerta, cargada de perfumes y amplios ademanes.
El torbellino se sentó delante de él y no lo dejó reaccionar. La Gumersinda comenzó a transmitirle su proyecto y Narciso no dejaba de sorprenderse. ¡Qué lejos había quedado esa mocosa tímida de trenzas renegridas! Ahora una morocha segura de sí misma, le planteaba la necesidad de una biblioteca para el pueblo y que mejor institución que el club para comenzar a armarla.
Después de negociar hábilmente, la muchacha se retiró del lugar triunfadora. Siempre llevaba a cabo lo que se proponía, fuese a favor o en contra de las reglas. Antes de regresar a su casa, decidió hacerle una visita a su profesor de geografía, quien sin saberlo sería coprotagonista de esta nueva aventura de su alumna más especial. Este la recibió sorprendido y ella, previos besos y abrazo fuerte y sensual, le contó la idea.
Claro, no era fácil comprender a una mujer que reunía en un mismo cuerpo tantas facetas: Por momentos maternal, a veces ingenua, otras astuta, siempre tórrida y dispuesta al amor. Pero esta cara nueva lo volvía a atrapar. En un instante, recordó con una sonrisa, cuando entreverado a sus piernas debía contestarle porque los mares tenían ojos o porque la pampa era húmeda y seca. Cuestionamientos infantiles que contrastaban con este cambio tan repentino y turbador.
Y allí estaba, como siempre, rendido a sus pies, tratando de no analizar demasiado su comportamiento, porque a esa mujer había que aceptarla tal cual era.
En realidad la posibilidad de tener una biblioteca en el pueblo siempre lo había entusiasmado. Entonces, prometió ayudarla.

LA BIBLIOTECA

Impulsada por el afán de saber, la Gumersinda decide viajar a la ciudad. El profesor de Geografía en uno de sus encuentros, en donde se mezclaban la orografía de nuestro país con los relieves de la alumna, le reveló la existencia de la Biblioteca Argentina. Un lugar en donde iba a encontrar respuestas a sus interrogantes.
Por supuestos que Férmín contribuyó una vez a la causa quedándose con la custodia, alimentación e higiene de los gurises, mientras su erudita esposa compraba los pasajes y partía para Rosario .Digo los, porque para no perder el tiempo había invitado al Rubio Flores, según su decir, para no sentirse tan sola.
Ambos partieron para Rosario matizando el viaje con arrumacos, mate y otras vituallas. Los ojos pícaros de esta pueblerina se convirtieron en dos platos negros, así de abiertos y redondos, y así de grandes, como su asombro. Era la primer pisada a la ciudad y no podía creer lo que veía, oía y sentía.
Habían llegado a las once y treinta, así que antes de responder al llamado de sus tripas buscaron un hotel cerca de la terminal para tener un lugar de base y además poder dormir la siesta , por supuesto. Una vez que lo consiguieron, acomodaron su escaso equipaje y fueron en busca del almuerzo.
La Gumersinda era feliz y su dicha sería completa cuando atravesara la puerta de la biblioteca. Esta idea la desvelaba hacia un tiempo porque su imaginación no alcanzaba a visualizarla. Era como un sueño imposible que existiese un lugar cuyas paredes estuviesen forradas por cientos y miles de libros. Además que se los prestaran a cualquiera para leerlos allí o llevárselos a casa era demasiado. Pero su dicha terminó tan rápido como la huida de las gitanas que hábilmente le sustrajeron el dinero a la Gumersinda. Todo sucedió en pocos segundos, ya que ni ella ni su acompañante notaron que ágiles e invisibles dedos se metieron en el bolsillo del pantalón del Rubio Flores y en su cartera justo en el momento en que se disponían apagar la cuenta.
Desde ya que esto no conmovió al dueño del local quien ofreciéndoles sendos pares de guantes convidó a la pareja a lavar la vajilla sucia que se encontraba en la cocina durante el tiempo que el consideraba que estaba saldada la cuenta.
No era un buen comienzo para nuestra querida amiga que terminó con la tarea sin tomar conciencia de lo que le estaba pasando. Llegaron al hotel agotados y sin intercambios de ningún tipo se durmieron hasta el atardecer. Cuando el Rubio se despertó, desconcertado y apurado sacudió a su amiga, porque se aproximaba el horario de salida del colectivo que los llevaba de vuelta al pueblo. La muchacha se incorporó insultando a las gitanas. No se resignaba a partir sin antes haber ido a la biblioteca. Los pasajes se habían salvado porque el rubio Flores los tenía en el bolsillo de su camisa, el hotel había sido pagado de antemano pero, para ir al centro tenían que ir caminando y se alejaban de la terminal, estando ya próximos a partir. La dama no entendía razones y se marchó del lugar apelando a las palabras más feas del diccionario. Enfiló para el centro, Flores la seguía a pocos metros y a medida que iba avanzando notaba que cada vez más gente los miraba y algunos seguían interesados a esa morocha provocativa que , profiriendo gritos y amenazas sacudía la inercia de un día que hasta el momento había sido rutinario.
Al llegar a la Biblioteca una pequeña comitiva había rodeado a los dos pueblerinos, curiosos por saber que relación tendría esa mujer con los libros que la esperaban allí. Ella, sin darse cuenta de lo que sucedía a su alrededor se persignó al entrar, avanzó hacia la sala de lectura y en un estado de estupor comenzó a caminar pegada a los estantes, levantó su brazo izquierdo a la altura de la primera fila de libros y con la yema de los dedos fue acariciando uno a uno sus lomos con una pasión que solo conocían sus ocasionales amantes.
El rubio todavía seguía allí, a poca distancia, observando sin entender y al bajar la vista hacia su reloj se percató que el tiempo terminaba. Arrancó de un brazo, en un último intento, a su extasiada compañera y después de lograr un traslado gratuito a la terminal, consiguió abordar el ómnibus que casi se escapa.
La Gumersinda no habló durante el viaje y con los ojos cerrados trató de evocar sólo los momentos felices transcurridos en la víspera. En realidad, esto era una costumbre en ella, un mecanismo de defensa que la protegía y preservaba su carácter. Por eso siempre estaba de buen humor. Su mente funcionaba con simpleza. Su agitada vida amorosa era, según su pensamiento, una reparto de amor a la humanidad entera, sin los pruritos que la cultura podría haberle implantado. Ella era lineal, sin recovecos, y esta experiencia no le haría mella.
Aún con los ojos cerrados, podía ver los libros apretados en interminables estantes, imaginar toda la información que existiría en ellos y se prometió a sí misma volver.
El ómnibus le iba acercando los campos rayados con cuadros marrones, verdeamarillos y colorados, tierra estampada que la noche oscurecía.
Las dos figuras se deslizaron por las calles desiertas. Paredes desnudas de casas viejas como la memoria, los vieron pasar.
Ya en su cama, la Gumersinda no pudo dormir. Se levantó silenciosa para no despertar a Fermín y después de besar a sus hijos se instaló en la cocina, donde los mates acompañaron sus cavilaciones.

1.22.2006

LA GUMERSINDA VA A LA ESCUELA

Con su pequeño hijo en brazos y Fermín tomado de su mano, partió la Gumersinda muy temprano. La posibilidad de que su hijo sordomudo pudiese hablar la emocionaba, porque en su fuero íntimo ella deseaba lo mejor para su familia, aunque su elevada temperatura la hiciera incursionar fuera de ella.
El destino de esa salida era la escuela de Sordos de un pueblo vecino. Su amiga Rosalía le había insistido tanto acerca de la importancia de la educación que su cabeza procesó la idea rápidamente y esa mañana abrió sus asombrados ojos para no perderse nada y escuchó atenta las instrucciones del director de la escuela. Su hijo tendría la oportunidad de comunicarse con sus amigos, su familia y accedería a la información que hasta ese momento le había sido vedada.
Al regresar a su casa comentó alegre todas las novedades a Fermín, a través del lenguaje de señas que había tenido que aprender como consecuencia de su increíble y precipitado casamiento. Después del almuerzo se escurrió por la galería del fondo hacia la casa de su vecino. Con él dormía la siesta todos los martes. Él era profesor de la escuela nocturna y con sus charlas sobre Geografía la seducía.
Así, Gumersinda viajaba, soñando con otras tierras y se imaginaba haciendo el amor con rubicundos campesinos alemanes, ardientes italianos o musculosos escandinavos, sin importarle demasiado los países que les daban origen.
Esta influencia, más la de Rosalía hicieron que se fuera gestando en ella el deseo de saber. No sabía bien qué, pero ese saber debería estar en las escuelas. Después de algunas averiguaciones decidió anotarse en la nocturna. Tenía que conseguir su certificado de 6º grado, su partida de nacimiento y su documento de identidad y estaría lista para empezar.
Durante varias noches no durmió y hasta había menguado su apetito sexual porque rechazaba cuanta invitación se le hacía, algunas muy tentadoras como la de Vladimir que aunque un poco madurito tenía fama de gran amante.
Al fin, llegó el primer día de clase. Fermín padre, Fermín hijo y el pequeñito, que había sufrido el nombre de Amadeus en honor a su ascendencia musical acompañaron a Gumersinda hasta la puerta del salón, en donde esta mujer audaz emprendería un nuevo desafío.
Por un tiempo sus necesidades carnales se mantenían latentes, es decir sin manifestarse, ya que este acceso a la cultura la mantenía absorta. Consultaba libros en la biblioteca, aprobaba todos los exámenes parciales, se reunía con sus compañeros a estudiar y ya podía opinar sobre temas variados en el café de la plaza. Hasta podía colaborar en las tareas de su hijo, quien se sentía feliz y sorprendido por la ayuda de su mamá.
Claro, todo esto era muy extraño. Esta morocha, de caderas generosas, miradas salvaje y abierta al amor no podía permanecer tanto tiempo aletargada. Así fue que un viernes a la noche después del descanso entre la hora de matemática y de lengua se acomodó en su banco rozando la rodilla con la pierna de su compañero de costado. Parece que fue suficiente para que sentires, vibraciones y recuerdos felices volvieran otra vez a habitar su cuerpo. Una cosa trajo la otra, primero un intercambio de miradas pícaras, otra rozadita por debajo del banco y un papel con fecha y horario se deslizó disimulado de un pupitre a otro y terminó en el fondo del bolsillo del que sería vaya saber que número de la lista de los atizadores del fuego de la Gumersinda.

1.21.2006

EL QUINTETO DE CUERDAS

Fermín padre y Fermín hijo intercambiaban señas diligentes mientras la Gumersinda leía ávida el diario del domingo Su nueva afición era el mundo del espectáculo. Por eso cada vez que una banda, elenco teatral, conjunto u orquesta típica llegaban al pueblo allí estaba ella. Primera fila, mirada seductora, pollera cortona y algunos de sus atributos más o menos a la vista eran las armas que usaba para la conquista. Siempre se salía con la suya y con alguna compañía masculina.
Este domingo en cuestión, un anuncio resaltado detallaba lugar fecha y hora de la actuación del Quinteto de cuerdas Schubert. La Gumersinda no era muy entendida en la materia. Años de matiné en el Club Social y Deportivo le acreditaban un cierto conocimiento de la música vernácula y otros tantos de meneo tropical agregaban la danza a su Curriculum cultural.
Pero esto de las cuerdas ya era algo más elevado, tal vez espiritual, pensó.
- Esto no me vendría mal. ¡Hace tanto que no voy a misa!
Prepararse para tan notable acontecimiento demandó entusiasmo e imaginación, ya que no sabía que tipo de caballeros iba a conocer. Como eran dos funciones en dos días diferentes quizás tendría tiempo de conocer más de uno.
Encerrada en su dormitorio, con algunos muebles antiguos y austeros como espectadores, elegía el vestido adecuado para ocasión y ensayaba algunas frases y poses.












refinadas.
Faltaban dos horas para el comienzo de la actuación del Quinteto y ansiosa se paró en la puerta del teatro para tener buena ubicación. Ya en el mejor palco, aguardaba la entrada de los músicos, fascinada de ver tantos instrumentos de forma parecida y distintos tamaños.
Desde ya que, además de cautivar al quinteto y aplaudir en los momentos inadecuados la Gumersinda había entrado sola y salía acompañada, saboreando de antemano la noche erótico musical que habría de pasar.
Al día siguiente repitió la ceremonia pero del brazo de otro caballero concluyendo sus romances con un beneficio adicional: un mejoramiento importante de su vocabulario. Durante varias semanas se la oía repetir términos como adagios, fugas, sonatas y contar como un señor sordo como su Fermín había compuesto una música encantadora. Sí, escucharon bien, encantadora, palabra nueva que le habían susurrado muy a menudo los artistas que la había "agasajado".
Esta nueva y fértil historia culminó nueve meses después, cuando otro gurí engrosó la lista de los habitantes del pueblo. Sólo que esta vez, un llanto melodioso, emulando un coro de ángeles, desbordó la sala de parto de la clínica zonal.

1.20.2006

LA GUMERSINDA

La Gumersinda sabía que le podía pasar en cualquier momento. El apodo de pasto seco no se lo habían puesto porque sí nomás.
Ella ardía con lluvia, con sol, con el viajante de turno, con el muchacho del bar de la plaza y con una lista interminable de atizadores del fuego.
Es que era muy querendona. Siempre andaba escurriéndose en la siesta debajo de algún tractor o dorándose con el atardecer en algún maizal vecino.
Al final le pasó. La vergüenza nacería para el verano y había que encontrarle un padre.
Y esa sí que era cosa difícil. Todos los varones del pueblo se habían calentado en la pollera de la Gumersinda, pero de ahí a hacerse cargo de la aventura...
Don Joaquín, el de la oficina postal, solía tener fama de hombre pensante, y a él fueron a consultar. Así la idea surgió enseguida. Era una idea brillante, segura, que no podía fallar. El candidato sería Fermín, el sordomudo. ¡Sí! Aquel pobre infeliz que sobrevivía en el campo de los Menendez. Ese, que de día atendía los animales y a la noche dormía acurrucado en un rincón del granero. El candidato justo, como no escuchaba y no hablaba, nadie tendría nada que decir.
Sucedió todo muy rápido. El casorio se organizó en un santiamén. Las viejas modistas cosieron el vestido que mostraba una blancura que Gumersinda no acostumbraba llevar. Se enviaron las participaciones, se habló al cura, se improvisaron padrinos. Se separaron los mejores lechones y cincuenta gallinas se sumaron al sacrificio. A todo esto el sordo Fermín seguía sin decir una palabra. ¿ Total que podía decir el pobre infeliz?
Así fue pasando el tiempo, se había salvado el honor, se le había dado padre a un hijo y la Gumersinda seguía calentando las siestas de los paisanos.
Cuando nació el muchachito ni siquiera el chirlo de la partera le arrancó un grito. Tampoco los motores de las máquinas llamaban su atención y los gestos fueron remplazando a las palabras. Es que el hijo de la Gumersinda y el sordo Fermín nunca pudo decir ni "A".

1.17.2006

porque la gumersinda

ya dentro del 1º envión dado ayer,momento del nacimiento de mi blog, les cuento que me llamo Rosi, soy fonoaudióloga, 52 años , mamá de 3 hijas,abuela de dos nietos , divorciada, inquieta ,activa,me gusta leer, me gusta escribir y... lo demás lo iré mostrando de a poco. La gumersinda es el personaje de uno de mis cuentos. es una historia que me costó mucho escribir. Cuando la terminé mis amigos me pidieron que la siguiera y así la gumer se convirtió en una zaga.De todos modos como no me resignaba a despedirme de ella el final quedó abierto. Tiene siete historias. Las iré mostrando de a una y cuando llegue el final y ya la conozcan tanto como yo les porpongo que se animen a continuar. Veremos que resulta

1.15.2006

Estreno. Mi primera vez

Esto es muy especial para mi.Siento que a partir de ahora todo lo que de secreto tenía mi escritura se descubrirá al mundo entero. Es un mistura de miedo y placer. Las endorfinas se revolucionan, la adrenalina también.Estoy echando este puñado de palabras al viento.Cuando vuelva a mi lugar me presentaré ,me mostraré y explicaré porqué la gumersinda.Chau, hasta pronto