Este cuento irá para un concurso .No sé si hago bien en mostrarlo pero es más fuerte el deseo que la especulación.Espero que lo disfruten.Fué fruto de una búsqueda como muchas de mis historias
FUGA Y MISTERIO
Tango, al decir de Borges, bailado contra un ocaso amarillo fuiste balada de locos y acompañaste su suerte, también chiquilín que vende sus vergüenzas en flor. La última grela vendrá tan sola y memoriosa a recordar un tiempo de angeles naciendo vivos ,muertos, o resucitados festejando tu música gurda, sonando.
Frente al espejo ennegrecido que le devolvía fraccionada una imagen de mina gastada en las casas de confianza, la Tero se preparó una vez más para una noche de baile, lujuria y violencia. Aplicó segura un lapicito negro que formó un lunar mentiroso cerca de su boca, remarcó también las cejas y un último toque de carmín encendió su cara. Se acomodó el corsé, deslizó sobre su piel la enagua de tafeta ,y enfundada en su vestido de siempre partió para el salón.
Lejos habían quedado, su pueblo de provincia, la rebeldía adolescente que en un momento la llevó a elegir , y una familia que jamás le reclamó nada pero tampoco se interesó por ella .
Por el camino, se aseguró con la mano de tener puestas las ligas. La llamaban la reina del bailongo, por lo tanto era la más buscada .Esas ligas hacían las veces de billetera, estirándose cada noche por dedos propios o ajenos
Un tranvía la sobresaltó con su estridencia mientras pensaba en la mishiadura, en esa pieza mugrienta del conventillo que apenas podía pagar y en la promesa del fulano que la venía chamuyando desde varias semanas. La Tero no se engrupía, tampoco era de apurarse, pero la guita del salón no alcanzaba. Sabía que su admirador alternaba los prostíbulos y el comité, pero no era mejor ni peor que todo lo que la rodeaba.
Como cada noche, entró al bailongo y se entreveró con sus colegas abandonándose en las cadencias de tangos y milongas. De allí partió para el café de La Pichona esperando encontrarlo. Ni siquiera sabía su nombre. Se perfumó con Rosa de Francia y esperó. Afuera, la noche se ocultaba detrás de una neblina espesa y los coches traían a los primeros clientes. A veces eran cajetillas que venían de lo de Hansen, en Palermo, a continuar la diversión con un poco de sexo. Otras, eran malevos con el bolsillo repleto de paco, dinero tramposo, producto de una noche de juego.
Ella ligaba siempre, pero tampoco esa entrada era suficiente. La Tero quería mucho más y si esa noche venía el fulano y le proponía algo, iba a agarrar viaje.
Una victoria frente al café, disipó con su llegada la niebla que insistía en quedarse. Se recortaron en la puerta dos figuras, ambas con galera y de igual altura. El brillo de dos facas deslumbró a los presentes desprevenidos. La Tero se apretó a su compañera sin entender. Movimientos mecánicos conformaron un duelo rápido, contundente, limpio y en buena ley. Los contrincantes sabían lo que hacían. Confrontando su bravura, asestaban puntazos a matar, sin titubeos. Semejando una danza brutal, este baile terminó con el desconocido en el piso, desangrándose.
Como sucedía casi siempre en estos casos , se aplicó el “aquí no ha pasado nada”. Al café no le convenían los escándalos, se limpió la escena y a otra cosa mariposa.
La Tero todavía estaba paradita junto al sillón en donde se esperaba a los clientes. Con los dientes apretados, los ojos abiertos del horror, seguía sin entender ,cuando una mano fuerte y caliente por la sangre alborotada la tomó de un brazo y la arrastró hacia la calle. La puerta abierta de la victoria facilitó los trámites y una vez adentro ,la voz enérgica del fulano ordenó al cochero que enfilaran para Posadas.
Las callecitas de Buenos Aires, ajenas, se escondían detrás de la niebla, que con su persistencia, las cubría como un encaje calado. La victoria las transitaba ocupada por una carga de silencios, caricias nerviosas y muchas preguntas que no salían de la boca de la Tero.
Al llegar a destino, el hombre descendió primero y le tendió los brazos a la que desde ese momento sería su querida. Ella respondió a la invitación. No era mina de hacerse rogar, y menos en ese momento tan soñado en las noches del conventillo.
Entraron a la casa, que a ella le pareció un palacete y ahí nomás, sin explicaciones hicieron el amor. Después, él la vistió con especial cuidado, puso a sonar un tango en la victrola y bailaron entregados a los quejidos del bandoneón, cara a cara y cuerpos sueltos, obedientes a la música que los maniató por un rato.
Me llamo Francisco Reyes, proclamó justo cuando el tango moría en un último acorde. Esta vez me la voy a llevar, le guste o no, replicó, apretándola fuerte contra su cuerpo. Usted ya es mía desde que la vi la primera vez, y chito con protestar.
Y que iba a decir aquella mujer, hecha de bailongo, mala vida y miseria. Debía confiar en que ese era su boleto al paraíso y tenía que agarrar viaje, tal cual se lo había propuesto.
El amanecer los encontró envueltos entre sábanas de seda. Perfumes de madreselvas se filtraban a través de las ventanas y flotaban junto a la orden pronunciada en voz alta ,que aún permanecía en la habitación.
La Tero volvió por última vez al conventillo, juntó sus pocas pertenencias, buscó a la dueña que recibió desconcertada algunos billetes bien planchados que cancelaban el mes de alquiler de la pieza y partió sin decir nada. Porque nada la ataba a ninguna parte. Su familia se había disuelto en el olvido. La noche que decidió abandonar su pueblo, su gente, sabía que nunca le perdonarían esa falta. También esa noche ella borró de su alma un montón de sentimientos en los cuales se incluían la nostalgia y el desarraigo pero sin embargo le quedó una especie de tristeza liviana e invisible que de vez en cuando le lastimaba el corazón.
En cuanto a Francisco Reyes no es mucho lo que se puede decir. Cuando comprendió que su cabeza no daba para el estudio, comenzó a frecuentar el comité, ahí podría hacer carrera solo con un poco de viveza y mucha labia. Le gustaba andar bien empilchado, siempre de galera negra, poncho sobre los hombros cuando la temperatura lo imponía ,el lengue blanco y almidonado, pantalones bombilla y botas relucientes. Era hombre de Yrigoyen y hasta ese momento, de manos limpias.
Esa noche en el café de la Pichona las cosas habían cambiado, la cana lo prendería de las pestañas en cualquier momento, tenía que ser rápido y discreto. Lo mejor era desaparecer por un tiempo y que mejor que una hembra como esa, de compañía. Total si la historia no funcionaba no le sería difícil desobligarse de la Tero.
Al concluir el trámite en el conventillo, ambos partieron, quizás en tren, hacia el interior, en donde se los tragó la tierra. Los periódicos mostraron por un tiempo las alternativas de un crimen misterioso, sin testigos aparentes, la desaparición dudosa de un tal Francisco Reyes, ciudadano que cumplía con sus deberes cívicos, del cual se había perdido el rastro. Por ella nadie preguntó, solo de vez en cuando un recuerdo débil de su compañera del café atraviesa el aire pero queda enredado en alguna glorieta perfumada.