LA GUMERSINDA VA A LA ESCUELA
Con su pequeño hijo en brazos y Fermín tomado de su mano, partió la Gumersinda muy temprano. La posibilidad de que su hijo sordomudo pudiese hablar la emocionaba, porque en su fuero íntimo ella deseaba lo mejor para su familia, aunque su elevada temperatura la hiciera incursionar fuera de ella.
El destino de esa salida era la escuela de Sordos de un pueblo vecino. Su amiga Rosalía le había insistido tanto acerca de la importancia de la educación que su cabeza procesó la idea rápidamente y esa mañana abrió sus asombrados ojos para no perderse nada y escuchó atenta las instrucciones del director de la escuela. Su hijo tendría la oportunidad de comunicarse con sus amigos, su familia y accedería a la información que hasta ese momento le había sido vedada.
Al regresar a su casa comentó alegre todas las novedades a Fermín, a través del lenguaje de señas que había tenido que aprender como consecuencia de su increíble y precipitado casamiento. Después del almuerzo se escurrió por la galería del fondo hacia la casa de su vecino. Con él dormía la siesta todos los martes. Él era profesor de la escuela nocturna y con sus charlas sobre Geografía la seducía.
Así, Gumersinda viajaba, soñando con otras tierras y se imaginaba haciendo el amor con rubicundos campesinos alemanes, ardientes italianos o musculosos escandinavos, sin importarle demasiado los países que les daban origen.
Esta influencia, más la de Rosalía hicieron que se fuera gestando en ella el deseo de saber. No sabía bien qué, pero ese saber debería estar en las escuelas. Después de algunas averiguaciones decidió anotarse en la nocturna. Tenía que conseguir su certificado de 6º grado, su partida de nacimiento y su documento de identidad y estaría lista para empezar.
Durante varias noches no durmió y hasta había menguado su apetito sexual porque rechazaba cuanta invitación se le hacía, algunas muy tentadoras como la de Vladimir que aunque un poco madurito tenía fama de gran amante.
Al fin, llegó el primer día de clase. Fermín padre, Fermín hijo y el pequeñito, que había sufrido el nombre de Amadeus en honor a su ascendencia musical acompañaron a Gumersinda hasta la puerta del salón, en donde esta mujer audaz emprendería un nuevo desafío.
Por un tiempo sus necesidades carnales se mantenían latentes, es decir sin manifestarse, ya que este acceso a la cultura la mantenía absorta. Consultaba libros en la biblioteca, aprobaba todos los exámenes parciales, se reunía con sus compañeros a estudiar y ya podía opinar sobre temas variados en el café de la plaza. Hasta podía colaborar en las tareas de su hijo, quien se sentía feliz y sorprendido por la ayuda de su mamá.
Claro, todo esto era muy extraño. Esta morocha, de caderas generosas, miradas salvaje y abierta al amor no podía permanecer tanto tiempo aletargada. Así fue que un viernes a la noche después del descanso entre la hora de matemática y de lengua se acomodó en su banco rozando la rodilla con la pierna de su compañero de costado. Parece que fue suficiente para que sentires, vibraciones y recuerdos felices volvieran otra vez a habitar su cuerpo. Una cosa trajo la otra, primero un intercambio de miradas pícaras, otra rozadita por debajo del banco y un papel con fecha y horario se deslizó disimulado de un pupitre a otro y terminó en el fondo del bolsillo del que sería vaya saber que número de la lista de los atizadores del fuego de la Gumersinda.

1 Comments:
todas estas palabras que alguna vez te ayudé a tipear para convertirlas en texto digital...me emocionan verlas acá!
saludos y éxitos!
leti
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