PENSANDO EN VOLVER
Amaneció, y con desenfado, el sol iluminó el rocío. Pájaros y planeadores competían en vuelos plácidos. Los cantos de los gallos lastimaban el aire y los ojos de los primeros habitantes despiertos se proyectaban en un horizonte infinitamente verde. Desde la ventana podía ver el montecito que tantos amores escondió, también disfrutaba una diminuta nube blanca, avergonzada por los atrevidos rojos del alba
Ella sabía que cuando hay que elegir, se gana y se pierde, entonces por ahora no estaba dispuesta a hacer sacrificios. Sorbió con fuerza el último mate y partió con entusiasmo hacia el Club Social y Deportivo. Una gran idea acababa de inundarla y como era mujer de acción corrió a ejecutarla.
El presidente del club se acomodó los anteojos y ocupó su sillón dispuesto a comenzar la jornada, con todo el tiempo su servicio, ya que la prisa no era su costumbre ni la de ninguno de los que vivían en ese lugar. Una brisa fuerte penetró por la puerta, cargada de perfumes y amplios ademanes.
El torbellino se sentó delante de él y no lo dejó reaccionar. La Gumersinda comenzó a transmitirle su proyecto y Narciso no dejaba de sorprenderse. ¡Qué lejos había quedado esa mocosa tímida de trenzas renegridas! Ahora una morocha segura de sí misma, le planteaba la necesidad de una biblioteca para el pueblo y que mejor institución que el club para comenzar a armarla.
Después de negociar hábilmente, la muchacha se retiró del lugar triunfadora. Siempre llevaba a cabo lo que se proponía, fuese a favor o en contra de las reglas. Antes de regresar a su casa, decidió hacerle una visita a su profesor de geografía, quien sin saberlo sería coprotagonista de esta nueva aventura de su alumna más especial. Este la recibió sorprendido y ella, previos besos y abrazo fuerte y sensual, le contó la idea.
Claro, no era fácil comprender a una mujer que reunía en un mismo cuerpo tantas facetas: Por momentos maternal, a veces ingenua, otras astuta, siempre tórrida y dispuesta al amor. Pero esta cara nueva lo volvía a atrapar. En un instante, recordó con una sonrisa, cuando entreverado a sus piernas debía contestarle porque los mares tenían ojos o porque la pampa era húmeda y seca. Cuestionamientos infantiles que contrastaban con este cambio tan repentino y turbador.
Y allí estaba, como siempre, rendido a sus pies, tratando de no analizar demasiado su comportamiento, porque a esa mujer había que aceptarla tal cual era.
En realidad la posibilidad de tener una biblioteca en el pueblo siempre lo había entusiasmado. Entonces, prometió ayudarla.

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