2.09.2006

HILARIO

La Gumersinda siempre tiene las cosas muy claras, y mucho más en materia de amores. Sabe que solo se trata de placer. Dar y recibir, nada más que eso. Jamás se interpone otra cosa.
Los cuarenta años llegaron pletóricos para ella, tanto camino recorrido sin desperdiciar ni un segundo le otorgan experiencia, apostura y habilidad . Por eso Hilario tiene mucho que perder si encara la conquista usando su poder económico. Este nuevo personaje cayó al pueblo con la intención de instalar una fábrica de chacinados. Compró unos terrenos en las afueras y en muy poco tiempo todo estuvo listo para funcionar.
En ese entonces él iba y venía con su auto último modelo, hablando por un teléfono pequeño que llevaba en un bolsillo. Mientras duró la obra se ocupó de alquilar una casa confortable justo al lado del Club Social. En una de esas idas y venidas descubrió a la bibliotecaria a través una de las ventanas que daba a la calle. Solía quedarse extasiado mirando a esa espléndida mujer, ya cuarentona, con pleno dominio del manejo de la seducción. Ella se deslizaba entre los estantes y mesas con una belleza salvaje y felina, y él la contemplaba feliz, pensando que su estadía en el lugar tendría un atractivo adicional.
La conquista fue ardua y prolongada. Ramos de flores, bombones e invitaciones llegaban a la biblioteca y sistemáticamente eran devueltos al destinatario. El único encuentro que tuvieron fue posible bajo engaño, ya que Hilario la convocó a la Gumersinda con la excusa de regalar una enciclopedia y otros libros necesarios para
los escolares. Sólo en ese momento comprendió que para ganársela debía emplear otras armas. Hasta ahora nada había resultado, ni los obsequios, ni las donaciones, ni su situación económica desahogada. Nada la deslumbraba.
Hasta que un detalle simple, obvio e intrascendente cortó el camino entre ambos: El cine. En el pueblo no hay cines, el lugar más próximo para encontrarlos es en Rosario. Resulta imposible que un habitante del pueblo no haya ido por lo menos una vez, pero parece que la dama en cuestión jamás había realizado esa experiencia. En su agenda no hubo nunca lugar para esa distracción.
Así se produjo la primera cita entre Hilario y la Gumersinda. La oscuridad hizo una parte, la película otra, y el resto lo concretaron ellos comenzando un romance que dio que hablar.
Ahora se los suele ver, cuando las sombras ennegrecen la silueta del caserío, partiendo campo adentro, porque la mujer, fiel a su naturaleza, prefiere la hierba y la luna cómplice como testigos de su ardiente existir.